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El crash del 2010. Toda la verdad sobre la crisis

En mayo del 2017, cuando todavía nos estamos recuperando del fuerte temporal que supuso la crisis, cuando todavía nos estamos intentando aclimatar a las consecuencias que trajo consigo y a la nueva realidad que construyó, la obra de Santiago Niño Becerra se vuelve indispensable para entender cómo ocurrió. 

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“El crash del 2010. Toda la verdad sobre la crisis” realiza un perfecto análisis a lo largo de la historia para explicar las características y motivos que provocan las crisis de los diferentes sistemas socioeconómicos que han sido propios de cada época, y en definitiva, su final. 

 

De este modo, Niño Becerra examina cómo, a partir del crash de 1929 y la Gran Depresión de los años 30, el sistema capitalista está afrontando sus últimos coletazos de vida y la crisis del 2010 marcará un antes y un después en el modo de hacer las cosas, es decir en el modo de producción, señalando el principio de una nueva era. 

Para tratar de explicar con mayor exactitud las fases que cada sistema vive antes de llegar a su fin, el autor comienza desarrollando los comienzos del capitalismo, iniciado a principios de 1820 a partir del sistema mercantilista. A pesar de que las diferencias entre el antiguo capitalismo y el actual son muchas, hay una que destaca sobre todas las demás: el sector servicios. A medida que la renta percibida por la población comenzó a subir, el sector servicios experimentó un fuerte crecimiento que, a pesar de traer grandes beneficios, tiene un grave problema: su enorme dependencia. El sector servicios, tal y como lo ejemplifica el autor, “depende de la evolución de la economía, de la renta de sus demandantes, de la coyuntura económica,…”, por ello, tras el crecimiento experimentado, el aumento del valor del PIB de los países capitalistas se debe a este sector, que a su vez no es estable y que no controla. 

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Esta es una de las características más determinantes del sistema capitalista actual y una de las que ha causado, de alguna forma, la crisis a la que nos hemos visto sometidos. Es uno de los pilares más importantes de un sistema que se fundamenta en el individualismo y en la búsqueda del máximo beneficio individual. Debido a esto, el capitalismo se fundamenta en la idea de que los bienes de producción deben ser de propiedad privada y que es la persona propietaria quien se tiene que decidir cómo y de qué manera utilizarlos. A su vez, se entiende que la toma de decisiones respecto a estos bienes se debe hacer de manera totalmente libre, sin la influencia de un ente superior, como el Estado, que ponga límites a la capacidad de las personas. En consecuencia, al no haber ningún agente interventor en este sistema, los recursos productivos no son utilizados eficazmente, ni se están empleando todos los existentes, por lo tanto el crecimiento del sistema nunca llegará a ser completo. 

 

Está reflexión fue planteada por el autor a lo largo del libro, y también fue compartida por John Kenneth Galbraith, a quien Niño Becerra profesa una gran admiración. Galbraith en su obra “La cultura de la satisfacción” ya destacó la idea de que a los miembros favorecidos por el sistema no les entusiasma la figura del Estado como agente interventor. De hecho, siempre se mantendrán en contra del planteamiento de una subida de impuestos. Como destacaba Galbraith: “existe una notoria asimetría entre quién paga y quién recibe”. Los miembros de la clase dominante sustentan los servicios que los miembros más desfavorecidos disfrutan, y por ello siempre se posicionarán en contra de toda aquella medida que suponga una subida de impuestos, aunque ello implique mejoras en la condición de vida de la mayor parte de la sociedad. Bajo este aspecto, si hacemos memoria, la burguesía, los favorecidos por el sistema capitalista, nunca ha buscado el bienestar de la clase trabajadora, siempre se ha regido por el principio del individualismo y como indica Niño Becerra: “las condiciones de la clase trabajadora empezaron a mejorar cuando a la burguesía capitalista le convino”. Esto siempre fue así, desde los primeros coletazos del sistema, durante la Revolución Francesa, cuando la burguesía, harta de la monarquía absolutista, necesitó la ayuda de la clase trabajadora, superior en número, para derrocarlos. Muchos autores sitúan en ese punto el inicio a su vez de la comunicación política, por una vez se necesitaba el apoyo del pueblo para decidir sobre algo. Fue de esta manera, convenciendo a la clase obrera de que la monarquía era la razón de todos sus problemas, utilizando la figura de Maria Antonieta como chivo espiatorio, como la burguesía logró su objetivo.

 

Casi cien años más tarde, cuando el sistema capitalista estaba asentado y comenzaba a explorar nuevas posibilidades, la burguesía entendió que para obtener el mayor beneficio posible necesitaría de nuevo la ayuda de la clase obrera y para ello les ofrecerían mejores condiciones: “aumentos salariales, mayor poder adquisitivo y reducción de la jornada laboral, que implicaba más ocio y por tanto más tiempo para consumir”. Cuando el consumo se convirtió en la pieza clave del sistema sustituyendo a la acumulación de capital, fue cuando la clase dominante se percató de que para que funcionase necesitaría de un mayor número de consumidores. De este modo, la burguesía logró que la clase obrera la beneficiase de dos formas: trabajando para ella, generando la oferta, y consumiendo, generando la demanda. El sistema se sustenta sobre los hombres de la clase obrera, que a su vez resulta la mayor perjudicada en épocas de crisis, cuando la escasez, tanto de recursos productivos como de capacidad de compra, aprieta, y en las que la solución proviene de recortes en los servicios fundamentales a los que la mayor parte de la sociedad no puede acceder de otra forma. 

 

Las personas más perjudicadas en una crisis siempre pertenecen a la clase obrera, y en la crisis que todavía continuamos viviendo, no fue de otra forma. Echando la vista atrás, durante los años que nos separan del 2010 se han ido produciendo recortes cada vez más pronunciados donde los sectores que más se han visto afectados fueron la sanidad y la educación pública. Esto ya lo previó Niño Becerra en su obra: “el efecto compensador del modelo de protección social será limitado y decreciente debido a los progresivos recortes que la propia evolución del sistema lleva forzando en el modelo, recortes que se acrecentarán a medida que la crisis vaya ocasionando el descenso en los ingresos públicos al ir menguando la recaudación fiscal”. Del mismo modo, también los líderes internacionales se percataron del enorme problema que se presentaba en el futuro. Los indicios de lo que se avecinaba ya se empezaron a comprobar antes del crash del 2010, lo que, tal y como explica el autor, diferencia este momento de la crisis del 29, en la que no dio tiempo a tomar ningún tipo de medidas preparatorias. Tal y como indica Niño Becerra, a partir del 2007, la libertad, tan defendida por el sistema capitalista, fue conviviendo con el intervencionismo. Los Estados comenzaron a prestar ayuda a numerosas entidades financieras lo que, en cierta medida, palió los efectos devastadores que si se produjeron durante el 29. 

 

A pesar de esto, tal y como indica el autor, los efectos de la crisis del crash del 2010 serán mayores, mucho mayores que ninguna otra de las tres crisis que afrontó el sistema capitalista. Esto se debe a que la crisis por la que todavía estamos pasando, es una crisis sistémica, tal y como explicamos anteriormente, una crisis que afecta al modo de producción de un sistema, es decir, a su modo de ser. Que se produzca una crisis de este tipo quiere decir que el final del sistema está cerca y que se empiezan a conformar las bases del nuevo. Podemos ahora, en el 2017, pensar que la situación va en mejora, podemos hacer caso de los “brotes verdes”, pero como bien indica Niño Becerra “a finales del 2018 la crisis se dará definitivamente por concluida; sin embargo, nada será ya igual que antes de su estallido en el 2010”. Los sistemas tienen una duración media de 250 años, una vez este tiempo termina el sistema muere y deja paso a uno nuevo. El sistema productivo del sistema capitalista se fue agotando debido al mal uso de los factores productivos que, como indicamos anteriormente, procedieron de una concepción individualista de los recursos. Esto unido al progresivo consumismo, al que se le añaden conceptos como los activos tóxicos, las hipotecas basura, el agotamiento del sistema crediticio y el engaño a la clase obrera para el consumo masivo de bienes que se hizo insostenible puesto que no era más que parte de una realidad financiera que no existía. Todo ello desembocó en el agotamiento, en una creciente pérdida de confianza en las instituciones y en un futuro borroso al que debernos enfrentarnos con la esperanza de volver a los días brillantes del sistema. Pero no nos engañemos, una vez que el sistema alcanzó su punto álgido, nunca más volverá a él y solo nos queda el cambio.

 

Estos conceptos resumen la obra de Niño Becerra, una obra impecable, crítica con el sistema capitalista, que predijo, en el 2009, todo a lo que nos tendríamos que enfrentar tras el 2010. Por ello, no sería una locura atreverse a pensar que el fin del sistema está cerca y que nos tendremos que adaptar progresivamente, a una nueva realidad en la que el comienzo, como en todos los demás sistemas, no será fácil y donde de nuevo la clase obrera sea la que peor lo pasará. Qué Dios reparta suerte!

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Gádor Cascales

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